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Signos de puntuación
Tipo de evaluación
Formativa
¿Cómo se evalúa?
Las actividades formativas no tienen peso en tu calificación, son
ejercicios para reforzar tus conocimientos y por lo tanto, no se suben a la
plataforma.
Ejercicio 1
Instrucción: Lee los enunciados y coloca las comas, punto y coma, paréntesis,
puntos suspensivos, punto final, paréntesis, raya, guión largo, comillas,
signos de admiración y exclamación, donde correspondan.
1.
Ya sé a qué te refieres, dijo la maestra.
Ahora podremos trabajar.
2.
¡No puedo contener mi emoción!,
dijo el empleado.
3.
Compré chamarras, guantes,
bufandas y gorros para prepararme para el frío.
4.
¿Cuál es tu color favorito?
5.
Desgraciadamente, son pocas las
personas que visitan el museo.
6.
¡Diles que no me maten, Justino!
7.
En esta clase se busca analizar
los principales movimientos artísticos en la literatura Romanticismo, Realismo
y Neoclasicismo.
8.
Entonces me dijo, “La sociedad es
tu medio y tu fin; sin ella, no eres nada”
9.
¡Eres fabulosa!
10.
Gustavo Adolfo Bécquer dijo alguna
vez: “cambiar de horizonte es provechoso a la salud y a la inteligencia”.
11.
La Secretaría de Educación Pública
(SEP) ha realizado varias campañas de alfabetización.
12.
Los niños de 1º y 2º de primaria
son alumnos de la maestra Marisol, los de 3º y 4º del maestro Juan Carlos, y
los de 5º y 6º de la maestra Carolina.
13.
Luis El Gallo, es uno de mis
mejores amigos.
14.
¡Me encanta esa canción!
15.
Nunca contestó mis llamadas, nunca
la volví a ver.
16.
¿Quién cuidará de mi mujer y de
los hijos?
17.
Rafael Medina director del área de
investigación, no pudo asistir a la reunión.
18.
Reprobé tres materias; Matemáticas,
Historia Universal y Lógica.
19.
¿Si tuviera un deseo?
20.
Tengo miedo, tengo sueño tengo……
Ejercicio 2
Instrucción: Lee el siguiente texto y coloca los signos de
puntuación que faltan.
Un gramático bogotano, miembro
de la Academia Colombiana de la Lengua y del ilustre Instituto Caro y Cuervo,
pasó una mañana por un establecimiento que ostentaba este letrero.
AQUÍ SE VENDE PESCADO FRESCO
El académico consideró que al
anuncio le sobraba la palabra, aquí; pues el pescado estaba a la vista de todos los
que por ahí transitaban y obviamente era en ese lugar, y no en otro, donde se
ofrecía a la venta. Así que entró en la pescadería y, con las palabras más
sencillas que eligió de su riquísimo vocabulario, le hizo ver al pescadero la
redundancia que el letrero contenía. El comerciante no pudo menos que aceptar
las razones que con tanta claridad le expuso el académico y prometió que
eliminaría cuanto antes la palabra que sobraba.
A la mañana siguiente, el
académico pasó de nuevo por ahí y observó con satisfacción que aquella palabra
innecesaria había sido suprimida, el letrero se restringía a decir:
SE VENDE PESCADO FRESCO
Quiso felicitar al pescadero por
haber acatado tan expeditamente su sabia sugerencia y entró en la tienda para
agradecerle, en nombre del idioma, su diligente actitud. Tuvo la sospecha, sin
embargo, de que al letrero le seguía sobrando una palabra, y sin más le preguntó
al pescadero,
¿ Usted conoce algún lugar en el cual el pescado
que se vende esté podrido?
Desconcertado, el comerciante
negó con la cabeza. El académico, en consecuencia, lo instó a que quitara la
palabra, fresco, del letrero, que solo infundiría recelo en la clientela.
Arguyó que si se decía expresamente que estaba fresco, no dejaría de haber
quien maliciara, ante tal declaración no pedida, la acusación manifiesta de que
el pescado estaba al borde de la putrefacción. Ante semejante argumento, el
pescadero no le quedó más remedio que borrar del letrero, tan pronto como el
académico se hubo marchado, el peligroso adjetivo.
Al pasar nuevamente por ahí, el
académico vio que el letrero había sido modificado según su dictamen, pues ya
sólo decía;
SE VENDE PESCADO
Muy ufano, entró en el local
para felicitar al pescadero. Así lo hizo, pero no pudo evitar lanzarle la
pregunta… ¿Sabe de algún lugar en el
que regalen el pescado?
Como el comerciante no sabía de
ningún establecimiento que tal cosa hiciere, el académico le hizo ver que en el
letrero sobraban las palabras ¡se
vende! pués era obvio que en ese
expendio, como en todos los de su tipo, el pescado no se regalaba sino se
vendía.
Orgulloso de que su labor en pro
de la pureza del lenguaje había tenido efecto, el académico vio, a la semana
siguiente, que el letrero se había reducido a una sola palabra.
PESCADO
Al entrar en el lugar para
manifestarle al comerciante su beneplácito, advirtió que en el ambiente se respiraba
un intenso olor a pescado, así que le dijo a su aquiescente interlocutor,
¡Oiga aquí huele a pescado,
quite de inmediato ese letrero!
Gonzalo Celorio , “Monterroso y la fábula del vendedor de
pescado” (fragmento), Reforma,
febrero de 2005.
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